Modos de racionalidad
en Todas las sangres
Santiago López Maguiña
La novelística de José María Arguedas ofrece los más variados modos en que el mundo es captado. No solo los modos de captación propios de la cultura indígena del sur andino del Perú, correspondientes a un pensamiento mágico, y de la cultura mestiza y terrateniente de la misma región, de fuertes tintes religiosos esta última, sino también de los que caracterizan a la cultura (indígena, mestiza y blanca) de otras regiones de la sierra peruana y de la costa, especialmente de la capital del Perú. Más aun, en esta novelística se intenta desplegar modos de captación correspondientes a numerosas prácticas ideológicas y sociales. Hay modos de captación que caracterizan el discurso psicótico, el discurso obrero, el discurso político en distintas variedades, el discurso económico, el discurso prostibulario, etc. No hay obra narrativa en la literatura peruana en la que se haya logrado plasmar tantos discursos, que incluyan sobre todo aquellos de raíz indígena. El zorro de arriba y el zorro de abajo es en esta dirección la novela en la que Arguedas aspira a la plasmación más amplia y más osada de discursos. Pero en Todas las sangres es donde los discursos se ofrecen como un gran teatro en el que se confrontan de una manera más cerrada y definida, de suerte que en ella pueden apreciarse mejor lo que podríamos llamar roles discursivos arquetípicos. En esta ponencia hemos de presentar algunos de esos roles, poniendo énfasis en los modos en que captan el mundo.
Los modos de captación permiten la formación de racionalidades y constituyen operaciones mediante las cuales los sujetos cognoscitivos ubican, cuantifican y definen a los seres y procesos que aparecen en el mundo natural [1]. Nos ocuparemos de cuatro racionalidades. La primera será la racionalidad mítica de los actores indígenas principalmente, pero que se halla extendida a lo largo de la novela en los modos de aprehensión de actores pertenecientes a otros grupos, los vecinos y los mestizos en especial [2]. Luego hablaremos de la racionalidad informativa y referencial que rige la visión del mundo de los personajes que participan del mundo moderno. En seguida nos ocuparemos de la racionalidad técnico capitalista, y, por fin, nos ocuparemos de la racionalidad mítico-referencial que caracterizaría el discurso de Rendón Wilka.
LA RACIONALIDAD MÍTICA
La racionalidad mítica se caracteriza por presentar un modo de aprehensión que ordena el mundo como una totalidad (en la que no se consideran niveles o instancias) cuyos seres y procesos se conectan entre sí por medio de relaciones de equivalencia: por contacto, por reflejo, por analogía, por simpatía. Pero también y sobre todo por medio de asimilaciones, de ajustes y de amoldamientos, en suma, de impresiones mutuas, de huellas que entre sí se dejan los seres del mundo. (Lévi-Strauss fue el primero en sistematizar esa racionalidad y sus antecedentes no reconocidos probablemente sean Ernest Cassirer en La filosofía de las formas simbólicas y Gastón Bachelard en los estudios sobre poesía). Rowe señala que en la semántica arguediana los objetos y los seres, sin embargo, no constituyen unidades discretas que se acoplan a partir de energías exclusivas procedentes de su interior. Su ensamble emerge del “aire” y de la “tierra”, que forman un espacio vivo y proteico.
Las conexiones y las analogías sinestésicas características de la mitología andina, por otro lado, constituyen para Rowe “un conjunto de instrucciones para la lectura de las wacas”. Waca es significante clave en la cultura andina. Restringido por los cronistas españoles a designar lugares sagrados, el Inca Garcilaso de la Vega dedica un capítulo de los Comentarios reales de los Incas a precisar los distintos significados que tiene dicha voz. Waca es un concepto-fuerza que conecta y da energía a un amplio espectro de contenidos y de sustancias que forman sistemas semióticos distintos a la escritura alfabética.
En Todas las sangres pueden reconocerse numerosas wakas haciendo posible reunir el mundo en una totalidad. Uno de ellos es la calandria: esta es un ave de especial valor simbólico de la que nos interesa destacar tres funciones [3]. Los colores de la calandria reflejan la luz de los nevados que, a su vez, reflejan la luz solar; al mismo tiempo su vuelo ilumina a los seres sobre los que sobrevuela, o a los que se aproxima, y los envuelve con su canto, que reproduce ( hace eco) todos “los ruidos y voces de la tierra” (41). La calandria parece así un delegado del sol y de las montañas tutelares, llamadas apus en el mundo andino, que contribuye por sus cualidades reflejas, cinéticas (referidas a sus movimiento aéreos) y canoras a dar vida y equilibrio afectivo (paz, tranquilidad) tanto a los seres del mundo natural, como a los seres humanos. Aun más, la calandria integra el mundo natural y el mundo interior de los hombres, procurando armonía en una intensidad que otros seres similares, como “el agua de los manantiales cristalinos” y “el lucero del amanecer” no alcanzan [4].
Muchos otros seres cumplen funciones semejantes: la sonoridad del río, la pelambre blanca de un potro, la luz de las estrellas, el pisonay, que aparece muchas veces, y que por el color rojo de sus flores o sus hojas, es el lugar preferido donde se posa la solitaria calandria. Todos ellos integran la naturaleza en un solo mundo total y armonioso e integran también al mundo afectivo de los seres humanos, el cual a su turno se integra en él. Es indispensable subrayar, sin embargo, que tales seres parecen cumplir las funciones integradoras y vivificadoras que hemos señalado antes que por condiciones inherentes, por las cualidades (sonoras, cinéticas y de coloración) que presentan y que se hallan propagadas en el mundo natural, permitiendo su integración. De este modo, las funciones no determinarían a los actores sino a las cualidades que ellos presentan. Así, la calandria es significativa por las funciones que cumplen sus colores (rojo y amarillo), su canto, el movimiento y la velocidad de su vuelo, y no por las acciones que ella realiza. Ella entonces cumpliría papel de waka porque es un ser que porta cualidades-signo, o porque se presenta como una superficie de inscripción de signos o impresiones. Respecto a este punto postulamos la hipótesis de que las cualidades-signo que definen el rol de waka, son a la vez símbolo-letra. Es el caso del color amarillo estudiado por Lienhard, la luminosidad, estudiada por Rowe, y en un nivel más profundo, las siluetas móviles e irregulares de prominencias puntiagudas que ofrecen el fuego, la rugosidad de las piedras wakas (como la piedra de los doce ángulos), los movimientos pasionales, el agua hirviendo, las olas de los ríos en tiempo de lluvia, etc., como yo mismo lo he demostrado.
La captación armónica del mundo precisa de un ser apto para ello. Precisa que este sea capaz de integrar y reflejar el aura que nace de la tierra y el aire, y que se forma y transmite mediante cualidades-signo. La figura abstracta de la pureza distingue tal aptitud, que es figura de equilibrio, de paz en el mundo interno de los sujetos, y parece obtenerse por contacto ancestral con los seres que forman la tierra y el aire del mundo natural andino. Sin embargo, hay seres que no habiendo tenido esa experiencia son aptos para dicha captación. Se trata de seres que se descubren puros, es decir, internamente armónicos, equilibrados. Es el caso de Matilde, personaje femenino perteneciente a una familia de hacendados costeños venidos a menos, casada con Fermín Aragón de Peralta, poderoso terrateniente de San Pedro de Luaymarca, lugar ficticio donde se desarrollan las acciones de Todas las sangres. Ella llega a apreciar (por su condición de mujer, antes que de aristócrata) “el aspecto tumultuoso y silente de ese mundo, la faz desnuda del oscuro Pukasira en cuya cima nevada y especialmente en sus paredes de roca, parecía que repetía el eco de sus palpitaciones, del ritmo con que corría su sangre” (169). La aptitud perceptiva que expresa la figura de la pureza, caracterizando el interior del cuerpo de los actores, se despliega diría que necesariamente en cualidades perceptivas del exterior corporal. La pureza (como la corrupción) se ve, se oye, se huele. Y, por último, si un ser no está corrompido (podrido por dentro) por el dinero, puede ser envuelto por el aura de la tierra, de sus cualidades sensibles (luminosidad, sonoridad, olores, movimientos) y ser penetrado por la pureza. Es lo sucede en parte con Matilde, ya pura de por sí, a quien la tierra purifica aun más.
LA RACIONALIDAD REFERENCIAL
Esta es una racionalidad que divide en niveles el mundo percibido. Distingue, por ejemplo, entre ficción y realidad, entre lo mágico y lo científico, entre signo y referente, que son distinciones imposibles en la racionalidad mítica, donde todo se asemeja a todo. Procede, por tanto, mediante captaciones fundadas en principios de equivalencia y diferencia, y así los seres del mundo son separados y ubicados en clases distintas. En Todas las sangres esta es la racionalidad del “cálculo”, el cual tiene por lo menos tres sentidos. Calcular es programar, es anticipar acciones, de acuerdo a un propósito. Calcular también es medir o ponderar efectos o consecuencias, pero, sobre todo, es cuantificar posibles beneficios materiales, cuánto se va a ganar. En conexión con este sentido surge un tercero: el cálculo es asimismo una operación mediante la cual el sujeto calculador toma la cuenta de lo que puede obtener del otro en una relación manipuladora (engañosa) de la que saca una ventaja no recíproca. La relación que plantea el manipulador es asimétrica e injusta, y a sabiendas de que es así no siente ningún remordimiento. Por eso el sujeto que manipula es un sujeto cínico. No todos los calculadores lo son sin embargo. No lo es especialmente Rendón Wilka, a pesar de que enuncia un discurso de contenido informativo y referencial. Los actores cínicos son aquellos cuya toma de posición respecto al mundo hace de este (del mundo) un objeto a ser aprovechado en beneficio propio y de modo excesivo. En Todas las sangres el cinismo define la actuación y el discurso de varios personajes, principalmente de Hernán Cabrejos Seminario “ingeniero jefe de las minas de San Pedro”, que pertenece “a una familia aristocráctica aunque empobrecida de la costa norte” (71), de Fermín Aragón de Peralta, terrateniente tradicional que se ha transformado en capitalista, del Zar, presidente del Directorio de la compañía minera que termina explotando las minas de San Pedro. Todos estos personajes aspiran a beneficios máximos, sin consideración de límites, ni de perjuicios que se pudieran infligir al otro. Tienen un afán desmesurado de acumulación, que rompe las cadenas naturales del intercambio recíproco y equilibrado. Por eso en su discurso el mundo antes que un escenario poblado de seres que se distinguen por poseer valores afectivos de tipo amoroso y familiar (como ocurre en el caso de la racionalidad mítica), es un escenario poblado por objetos que tienen valores de tipo concupiscente y extraño. Estos atraen al cínico calculador de un modo excesivo y excluyente, pero no por sus cualidades naturales y consumibles (por sus colores o brillo convocadores de otras cualidades y otros seres), ni por sus virtudes mágicas, sino por unas cualidades abstractas y no consumibles, que se hallan más allá de las necesidades de intercambio. Los objetos en esa perspectiva, el oro en este caso, tienen la condición de una presencia única y desconectada de las que le rodean. Una presencia que, claro está, puede ser medida, comparada, diferenciada, pero a la que no se ve amable ni integralmente conectada con las presencias con las que se halla vinculada por compartir el mismo espacio, o por las simpatías o analogías que las aproximan, más aun por razones de pertenencia familiar. El oro de la mina de San Pedro no tiene, por eso, para los personajes calculadores y cínicos, para los capitalistas o procapitalistas, un lazo de posesión cariñosa con la tierra o con los cerros. Es nada más que materia de la que se puede disponer sin otra consideración que el beneficio propio, un beneficio que se ubica más allá de la necesidad y del deseo, y que tiene dimensiones de un goce perturbador y destructor.
Se ve que el modo de captación que caracteriza a la racionalidad referencial tiene una dimensión sensible y pasional de la que no se la puede divorciar. La aprehensión de las presencias que forman el mundo de la percepción es orientada por una mira afectiva. Se distingue ciertas presencias por encima de otras, lo que no deja de ocurrir en la racionalidad mítica, pero con una diferencia fundamental. En la racionalidad mítica cuando se distingue una presencia se lo hace por su poder integrador. Hemos hablado antes de esas presencias nucleares de la racionalidad mítica arguediana. En la racionalidad informativa, en cambio, las presencias privilegiadas, el oro, el dinero, son presencias excluyentes, son presencias prominentes por cualidades propias o inmanentes. Es cierto, sin embargo, que gracias a ellas tienen una naturaleza equivalencial y representan el valor de toda presencia mercancía, pero al final de cuentas, por el apego excesivo y absoluto que suscitan se tornan presencias que importan por sí solas, sin que cuente su valor de uso ni su valor de consumo. Así que la aprehensión que funda la racionalidad informativa en Todas las sangres aparece como una racionalidad de elecciones excluyentes, en oposición a la racionalidad mítica, que opera selecciones incluyentes. En las mencionadas elecciones excluyentes se hace de una presencia abstracta y no consumible el único bien, que torna a los actores humanos participantes de esa racionalidad en actores desorientados, perturbados y perversos.
LA RACIONALIDAD TÉCNICA
No ocuparemos mucho tiempo en referirnos a esta racionalidad. Es la que aparece en los discursos del Pisculik, que es el ingeniero que descubre la veta de la mina de San Pedro, y el también ingeniero Hidalgo Larrabure. Se trata de una racionalidad fundada en esquemas fijos y definidos, que siempre propone explicaciones. Es la racionalidad de los conocimientos comprobados, que desde un punto de vista semiótico no debe confundirse con el saber universitario, pues aunque ese saber apunta a consolidar informaciones, siempre se traiciona. La racionalidad técnica es, por tanto, incluido el contexto de Todas las sangres, una racionalidad que asegura un orden de percepciones, que permite certidumbre respecto de las búsquedas y de los proyectos. En la novela es la racionalidad de los ingenieros. He de apuntar aquí únicamente, que es significativo el hecho de que esta es una racionalidad que también entraña y convoca afectividad y tomas de posición éticas. Los actores técnicos en esta novela se comprometen con las búsquedas o proyectos que les encargan o bien toman distancia de ellos, al punto de convertirse en oponentes, como ocurre con el caso del Ingeniero Hidalgo.
LA RACIONAL MÍTICO-REFERENCIAL
Esta es una racionalidad mestiza en un sentido teórico. Amalgama dos modos de aprehensión del mundo e incluso asimila elementos de la racionalidad técnica. El discurso de Rendón Wilka, en efecto, es informativo en la medida que distingue niveles, especialmente lo mágico de lo real. En sus tomas de posición juzga que muchas creencias indígenas ancestrales son falsas y negativas. No asume, por ejemplo, que la oscuridad de las profundidades poblada de seres amenazadores, que pueden causar el daño, la desaparición o la muerte de los seres humanos, corresponde a otro mundo que convive con este mundo. En la percepción de Rendón Wilka el mundo natural no entraña mal y peligro. La naturaleza, aun en su aspecto violento y perturbador, es una totalidad orgánica única, que en último término proporciona bienes. El orden vivo y fluido de ese mundo, en esta visión, no está, sin embargo, articulado por ciertos seres, caracterizados por presentar cualisignos que son símbolos-letra. El mundo natural y el mundo todo deben su orden al Dios cristiano. En la perspectiva cristiana de Wilka el mundo tiene un campo de presencia mucho más amplio que el que posee en la racionalidad mítica. En ella el mundo está formado por las presencias benéficas de la naturaleza y por presencias que provisionalmente llamaremos técnicas (por máquinas y por objetos industriales [5]), pero también por la presencia maléfica y desintegradora de la ambición. El mal (o lo diabólico) corresponde a una pasión, a un estado del alma, que constituye una energía que desintegra en la medida en que hace que los hombres se concentren en unos pocos objetos, sin un fin consumible y reproductor. La atracción desmedida por esas materias las retira del orden armónico de la naturaleza. Hay que subrayar muy especialmente que el mundo, de acuerdo a la percepción de Rendón Wilka, a diferencia del que se construye en la racionalidad mítica, es de entrada captado en términos morales. En la racionalidad mítica lo benéfico y maléfico entrañan contenidos relacionados con la integridad vital. En la racionalidad más bien religiosa de Wilka, que comparte con la racionalidad que rige la actuación ética de Bruno Aragón de Peralta, el mundo natural más bien favorable al hombre es amenazado, perturbado y desintegrado por la pasión de la acumulación sin límite. Puede verse que el discurso surge de la toma de posición sobre la toma de posición mítica y la toma de posición referencial. Es un discurso sobre los otros discursos, como el propio discurso del enunciador de la novela, tal como ha sido sugerido por W. Rowe, de modo tal que el discurso novelesco de Todas las sangres es un discurso sobre otros discursos, donde nos encontramos con la naturaleza universitaria y universalista (antes que global y estandarizada) de la novela. Este sería el discurso del sujeto migrante, del que habla Cornejo Polar, de quien dice es capaz de desplazarse de un discurso a otro, de una racionalidad a otra, que se forma en una experiencia de descenso en los infiernos de la producción de desecho que hace posible la ambición y que da lugar a las barriadas. Se descubre que Todas las sangres, de acuerdo a este sesgo puede aparecer como una novela de aprendizaje de la pureza, que desarrollan tres personajes: Bruno Aragón, que pasa por el infierno de la lujuria desenfrenada, Fermín, el de la excesiva concupiscencia monetaria, y Rendón Wilka, que padece el infierno del desecho y la basura que produce la ambición capitalista. .
[1] En este análisis nos apoyamos en la semiótica del discurso desarrollada por Jacques Fontanille. Cf. Fontanille, Jacques. Semiótica del discurso. Lima, Universidad de Lima / Fondo de Cultura Económica, 2001.
[2] Sobre la estratificación que se representa en la novela, Melisa Moore ha hecho una magnífica descripción y sistematización. Cf. Moore, Melisa. En la encrucijada: las ciencias sociales y la novela en el Perú. Lecturas paralelas de Todas las sangres. Lima. Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2003.
[3] Desarrollamos esta interpretación a partir del siguiente fragmento: “La solitaria calandria voló del pisonay; la luz del nevado sonreía en sus plumas amarillas y negras que aleteaban en el aire. Cubrió el patio, todos los cielos, con su canto en que lloraban las más pequeñas flores y el torrente del río, el gran precipicio que se elevaba en la otra banda, atento a todos los ruidos y voces de la tierra. Pero su vuelo, lento, ante los ojos intranquilos del gran señor a quien le interrogaba un indio, iluminó a la multitud. Ni el agua de los manantiales cristalinos, ni el lucero del amanecer que alcanza con su cruz el corazón de la gente, consuela tanto, ahonda la armonía en el ser conturbado o atento del hombre. La calandria vuela y canta no en el pisonay sino en el pecho ensangrentado de Carhuamayo, acariciándolo: en la frente insondable del patrón que repentinamente se estremece, en los ojos de los colonos que miran a don Nemesio con serenidad firme y triste. Se ha ido la calandria”.
[4] Una excelente aproximación al universo simbólico puede ser encontrada en Rowe, William. Mito e ideología en la obra de José María Arguedas. Lima, INC, 1979. Muchos de los análisis presentados son aún insuperables. También puede encontrarse análisis del mismo valor sobre el universo simbólico andino en Lienhard, Martin. Cultura popular andina y forma novelesca. Zorros y danzantes en la última novela de Arguedas. Lima, Tarea / Latinoamericana Editores, 1981, libro también insuperado en muchos aspectos. Asimismo puede consultarse el libro de Melisa Moore antes citado.
[5] Dicho sea de paso, en Todas las sangres las máquinas que en una primera impresión son presencias desconcertantes y amenazadoras, son luego integradas al lado de los seres de la naturaleza, sin nunca alcanzar las posiciones más privilegiadas y sagradas. De todas formas, las máquinas se naturalizan, se integran en la cadena de reflejos y ecos con que se conectan las presencias.
Modos de racionalidad
en Todas las sangres
Santiago López Maguiña
La novelística de José María Arguedas ofrece los más variados modos en que el mundo es captado. No solo los modos de captación propios de la cultura indígena del sur andino del Perú, correspondientes a un pensamiento mágico, y de la cultura mestiza y terrateniente de la misma región, de fuertes tintes religiosos esta última, sino también de los que caracterizan a la cultura (indígena, mestiza y blanca) de otras regiones de la sierra peruana y de la costa, especialmente de la capital del Perú. Más aun, en esta novelística se intenta desplegar modos de captación correspondientes a numerosas prácticas ideológicas y sociales. Hay modos de captación que caracterizan el discurso psicótico, el discurso obrero, el discurso político en distintas variedades, el discurso económico, el discurso prostibulario, etc. No hay obra narrativa en la literatura peruana en la que se haya logrado plasmar tantos discursos, que incluyan sobre todo aquellos de raíz indígena. El zorro de arriba y el zorro de abajo es en esta dirección la novela en la que Arguedas aspira a la plasmación más amplia y más osada de discursos. Pero en Todas las sangres es donde los discursos se ofrecen como un gran teatro en el que se confrontan de una manera más cerrada y definida, de suerte que en ella pueden apreciarse mejor lo que podríamos llamar roles discursivos arquetípicos. En esta ponencia hemos de presentar algunos de esos roles, poniendo énfasis en los modos en que captan el mundo.
Los modos de captación permiten la formación de racionalidades y constituyen operaciones mediante las cuales los sujetos cognoscitivos ubican, cuantifican y definen a los seres y procesos que aparecen en el mundo natural [1]. Nos ocuparemos de cuatro racionalidades. La primera será la racionalidad mítica de los actores indígenas principalmente, pero que se halla extendida a lo largo de la novela en los modos de aprehensión de actores pertenecientes a otros grupos, los vecinos y los mestizos en especial [2]. Luego hablaremos de la racionalidad informativa y referencial que rige la visión del mundo de los personajes que participan del mundo moderno. En seguida nos ocuparemos de la racionalidad técnico capitalista, y, por fin, nos ocuparemos de la racionalidad mítico-referencial que caracterizaría el discurso de Rendón Wilka.
LA RACIONALIDAD MÍTICA
La racionalidad mítica se caracteriza por presentar un modo de aprehensión que ordena el mundo como una totalidad (en la que no se consideran niveles o instancias) cuyos seres y procesos se conectan entre sí por medio de relaciones de equivalencia: por contacto, por reflejo, por analogía, por simpatía. Pero también y sobre todo por medio de asimilaciones, de ajustes y de amoldamientos, en suma, de impresiones mutuas, de huellas que entre sí se dejan los seres del mundo. (Lévi-Strauss fue el primero en sistematizar esa racionalidad y sus antecedentes no reconocidos probablemente sean Ernest Cassirer en La filosofía de las formas simbólicas y Gastón Bachelard en los estudios sobre poesía). Rowe señala que en la semántica arguediana los objetos y los seres, sin embargo, no constituyen unidades discretas que se acoplan a partir de energías exclusivas procedentes de su interior. Su ensamble emerge del “aire” y de la “tierra”, que forman un espacio vivo y proteico.
Las conexiones y las analogías sinestésicas características de la mitología andina, por otro lado, constituyen para Rowe “un conjunto de instrucciones para la lectura de las wacas”. Waca es significante clave en la cultura andina. Restringido por los cronistas españoles a designar lugares sagrados, el Inca Garcilaso de la Vega dedica un capítulo de los Comentarios reales de los Incas a precisar los distintos significados que tiene dicha voz. Waca es un concepto-fuerza que conecta y da energía a un amplio espectro de contenidos y de sustancias que forman sistemas semióticos distintos a la escritura alfabética.
En Todas las sangres pueden reconocerse numerosas wakas haciendo posible reunir el mundo en una totalidad. Uno de ellos es la calandria: esta es un ave de especial valor simbólico de la que nos interesa destacar tres funciones [3]. Los colores de la calandria reflejan la luz de los nevados que, a su vez, reflejan la luz solar; al mismo tiempo su vuelo ilumina a los seres sobre los que sobrevuela, o a los que se aproxima, y los envuelve con su canto, que reproduce ( hace eco) todos “los ruidos y voces de la tierra” (41). La calandria parece así un delegado del sol y de las montañas tutelares, llamadas apus en el mundo andino, que contribuye por sus cualidades reflejas, cinéticas (referidas a sus movimiento aéreos) y canoras a dar vida y equilibrio afectivo (paz, tranquilidad) tanto a los seres del mundo natural, como a los seres humanos. Aun más, la calandria integra el mundo natural y el mundo interior de los hombres, procurando armonía en una intensidad que otros seres similares, como “el agua de los manantiales cristalinos” y “el lucero del amanecer” no alcanzan [4].
Muchos otros seres cumplen funciones semejantes: la sonoridad del río, la pelambre blanca de un potro, la luz de las estrellas, el pisonay, que aparece muchas veces, y que por el color rojo de sus flores o sus hojas, es el lugar preferido donde se posa la solitaria calandria. Todos ellos integran la naturaleza en un solo mundo total y armonioso e integran también al mundo afectivo de los seres humanos, el cual a su turno se integra en él. Es indispensable subrayar, sin embargo, que tales seres parecen cumplir las funciones integradoras y vivificadoras que hemos señalado antes que por condiciones inherentes, por las cualidades (sonoras, cinéticas y de coloración) que presentan y que se hallan propagadas en el mundo natural, permitiendo su integración. De este modo, las funciones no determinarían a los actores sino a las cualidades que ellos presentan. Así, la calandria es significativa por las funciones que cumplen sus colores (rojo y amarillo), su canto, el movimiento y la velocidad de su vuelo, y no por las acciones que ella realiza. Ella entonces cumpliría papel de waka porque es un ser que porta cualidades-signo, o porque se presenta como una superficie de inscripción de signos o impresiones. Respecto a este punto postulamos la hipótesis de que las cualidades-signo que definen el rol de waka, son a la vez símbolo-letra. Es el caso del color amarillo estudiado por Lienhard, la luminosidad, estudiada por Rowe, y en un nivel más profundo, las siluetas móviles e irregulares de prominencias puntiagudas que ofrecen el fuego, la rugosidad de las piedras wakas (como la piedra de los doce ángulos), los movimientos pasionales, el agua hirviendo, las olas de los ríos en tiempo de lluvia, etc., como yo mismo lo he demostrado.
La captación armónica del mundo precisa de un ser apto para ello. Precisa que este sea capaz de integrar y reflejar el aura que nace de la tierra y el aire, y que se forma y transmite mediante cualidades-signo. La figura abstracta de la pureza distingue tal aptitud, que es figura de equilibrio, de paz en el mundo interno de los sujetos, y parece obtenerse por contacto ancestral con los seres que forman la tierra y el aire del mundo natural andino. Sin embargo, hay seres que no habiendo tenido esa experiencia son aptos para dicha captación. Se trata de seres que se descubren puros, es decir, internamente armónicos, equilibrados. Es el caso de Matilde, personaje femenino perteneciente a una familia de hacendados costeños venidos a menos, casada con Fermín Aragón de Peralta, poderoso terrateniente de San Pedro de Luaymarca, lugar ficticio donde se desarrollan las acciones de Todas las sangres. Ella llega a apreciar (por su condición de mujer, antes que de aristócrata) “el aspecto tumultuoso y silente de ese mundo, la faz desnuda del oscuro Pukasira en cuya cima nevada y especialmente en sus paredes de roca, parecía que repetía el eco de sus palpitaciones, del ritmo con que corría su sangre” (169). La aptitud perceptiva que expresa la figura de la pureza, caracterizando el interior del cuerpo de los actores, se despliega diría que necesariamente en cualidades perceptivas del exterior corporal. La pureza (como la corrupción) se ve, se oye, se huele. Y, por último, si un ser no está corrompido (podrido por dentro) por el dinero, puede ser envuelto por el aura de la tierra, de sus cualidades sensibles (luminosidad, sonoridad, olores, movimientos) y ser penetrado por la pureza. Es lo sucede en parte con Matilde, ya pura de por sí, a quien la tierra purifica aun más.
LA RACIONALIDAD REFERENCIAL
Esta es una racionalidad que divide en niveles el mundo percibido. Distingue, por ejemplo, entre ficción y realidad, entre lo mágico y lo científico, entre signo y referente, que son distinciones imposibles en la racionalidad mítica, donde todo se asemeja a todo. Procede, por tanto, mediante captaciones fundadas en principios de equivalencia y diferencia, y así los seres del mundo son separados y ubicados en clases distintas. En Todas las sangres esta es la racionalidad del “cálculo”, el cual tiene por lo menos tres sentidos. Calcular es programar, es anticipar acciones, de acuerdo a un propósito. Calcular también es medir o ponderar efectos o consecuencias, pero, sobre todo, es cuantificar posibles beneficios materiales, cuánto se va a ganar. En conexión con este sentido surge un tercero: el cálculo es asimismo una operación mediante la cual el sujeto calculador toma la cuenta de lo que puede obtener del otro en una relación manipuladora (engañosa) de la que saca una ventaja no recíproca. La relación que plantea el manipulador es asimétrica e injusta, y a sabiendas de que es así no siente ningún remordimiento. Por eso el sujeto que manipula es un sujeto cínico. No todos los calculadores lo son sin embargo. No lo es especialmente Rendón Wilka, a pesar de que enuncia un discurso de contenido informativo y referencial. Los actores cínicos son aquellos cuya toma de posición respecto al mundo hace de este (del mundo) un objeto a ser aprovechado en beneficio propio y de modo excesivo. En Todas las sangres el cinismo define la actuación y el discurso de varios personajes, principalmente de Hernán Cabrejos Seminario “ingeniero jefe de las minas de San Pedro”, que pertenece “a una familia aristocráctica aunque empobrecida de la costa norte” (71), de Fermín Aragón de Peralta, terrateniente tradicional que se ha transformado en capitalista, del Zar, presidente del Directorio de la compañía minera que termina explotando las minas de San Pedro. Todos estos personajes aspiran a beneficios máximos, sin consideración de límites, ni de perjuicios que se pudieran infligir al otro. Tienen un afán desmesurado de acumulación, que rompe las cadenas naturales del intercambio recíproco y equilibrado. Por eso en su discurso el mundo antes que un escenario poblado de seres que se distinguen por poseer valores afectivos de tipo amoroso y familiar (como ocurre en el caso de la racionalidad mítica), es un escenario poblado por objetos que tienen valores de tipo concupiscente y extraño. Estos atraen al cínico calculador de un modo excesivo y excluyente, pero no por sus cualidades naturales y consumibles (por sus colores o brillo convocadores de otras cualidades y otros seres), ni por sus virtudes mágicas, sino por unas cualidades abstractas y no consumibles, que se hallan más allá de las necesidades de intercambio. Los objetos en esa perspectiva, el oro en este caso, tienen la condición de una presencia única y desconectada de las que le rodean. Una presencia que, claro está, puede ser medida, comparada, diferenciada, pero a la que no se ve amable ni integralmente conectada con las presencias con las que se halla vinculada por compartir el mismo espacio, o por las simpatías o analogías que las aproximan, más aun por razones de pertenencia familiar. El oro de la mina de San Pedro no tiene, por eso, para los personajes calculadores y cínicos, para los capitalistas o procapitalistas, un lazo de posesión cariñosa con la tierra o con los cerros. Es nada más que materia de la que se puede disponer sin otra consideración que el beneficio propio, un beneficio que se ubica más allá de la necesidad y del deseo, y que tiene dimensiones de un goce perturbador y destructor.
Se ve que el modo de captación que caracteriza a la racionalidad referencial tiene una dimensión sensible y pasional de la que no se la puede divorciar. La aprehensión de las presencias que forman el mundo de la percepción es orientada por una mira afectiva. Se distingue ciertas presencias por encima de otras, lo que no deja de ocurrir en la racionalidad mítica, pero con una diferencia fundamental. En la racionalidad mítica cuando se distingue una presencia se lo hace por su poder integrador. Hemos hablado antes de esas presencias nucleares de la racionalidad mítica arguediana. En la racionalidad informativa, en cambio, las presencias privilegiadas, el oro, el dinero, son presencias excluyentes, son presencias prominentes por cualidades propias o inmanentes. Es cierto, sin embargo, que gracias a ellas tienen una naturaleza equivalencial y representan el valor de toda presencia mercancía, pero al final de cuentas, por el apego excesivo y absoluto que suscitan se tornan presencias que importan por sí solas, sin que cuente su valor de uso ni su valor de consumo. Así que la aprehensión que funda la racionalidad informativa en Todas las sangres aparece como una racionalidad de elecciones excluyentes, en oposición a la racionalidad mítica, que opera selecciones incluyentes. En las mencionadas elecciones excluyentes se hace de una presencia abstracta y no consumible el único bien, que torna a los actores humanos participantes de esa racionalidad en actores desorientados, perturbados y perversos.
LA RACIONALIDAD TÉCNICA
No ocuparemos mucho tiempo en referirnos a esta racionalidad. Es la que aparece en los discursos del Pisculik, que es el ingeniero que descubre la veta de la mina de San Pedro, y el también ingeniero Hidalgo Larrabure. Se trata de una racionalidad fundada en esquemas fijos y definidos, que siempre propone explicaciones. Es la racionalidad de los conocimientos comprobados, que desde un punto de vista semiótico no debe confundirse con el saber universitario, pues aunque ese saber apunta a consolidar informaciones, siempre se traiciona. La racionalidad técnica es, por tanto, incluido el contexto de Todas las sangres, una racionalidad que asegura un orden de percepciones, que permite certidumbre respecto de las búsquedas y de los proyectos. En la novela es la racionalidad de los ingenieros. He de apuntar aquí únicamente, que es significativo el hecho de que esta es una racionalidad que también entraña y convoca afectividad y tomas de posición éticas. Los actores técnicos en esta novela se comprometen con las búsquedas o proyectos que les encargan o bien toman distancia de ellos, al punto de convertirse en oponentes, como ocurre con el caso del Ingeniero Hidalgo.
LA RACIONAL MÍTICO-REFERENCIAL
Esta es una racionalidad mestiza en un sentido teórico. Amalgama dos modos de aprehensión del mundo e incluso asimila elementos de la racionalidad técnica. El discurso de Rendón Wilka, en efecto, es informativo en la medida que distingue niveles, especialmente lo mágico de lo real. En sus tomas de posición juzga que muchas creencias indígenas ancestrales son falsas y negativas. No asume, por ejemplo, que la oscuridad de las profundidades poblada de seres amenazadores, que pueden causar el daño, la desaparición o la muerte de los seres humanos, corresponde a otro mundo que convive con este mundo. En la percepción de Rendón Wilka el mundo natural no entraña mal y peligro. La naturaleza, aun en su aspecto violento y perturbador, es una totalidad orgánica única, que en último término proporciona bienes. El orden vivo y fluido de ese mundo, en esta visión, no está, sin embargo, articulado por ciertos seres, caracterizados por presentar cualisignos que son símbolos-letra. El mundo natural y el mundo todo deben su orden al Dios cristiano. En la perspectiva cristiana de Wilka el mundo tiene un campo de presencia mucho más amplio que el que posee en la racionalidad mítica. En ella el mundo está formado por las presencias benéficas de la naturaleza y por presencias que provisionalmente llamaremos técnicas (por máquinas y por objetos industriales [5]), pero también por la presencia maléfica y desintegradora de la ambición. El mal (o lo diabólico) corresponde a una pasión, a un estado del alma, que constituye una energía que desintegra en la medida en que hace que los hombres se concentren en unos pocos objetos, sin un fin consumible y reproductor. La atracción desmedida por esas materias las retira del orden armónico de la naturaleza. Hay que subrayar muy especialmente que el mundo, de acuerdo a la percepción de Rendón Wilka, a diferencia del que se construye en la racionalidad mítica, es de entrada captado en términos morales. En la racionalidad mítica lo benéfico y maléfico entrañan contenidos relacionados con la integridad vital. En la racionalidad más bien religiosa de Wilka, que comparte con la racionalidad que rige la actuación ética de Bruno Aragón de Peralta, el mundo natural más bien favorable al hombre es amenazado, perturbado y desintegrado por la pasión de la acumulación sin límite. Puede verse que el discurso surge de la toma de posición sobre la toma de posición mítica y la toma de posición referencial. Es un discurso sobre los otros discursos, como el propio discurso del enunciador de la novela, tal como ha sido sugerido por W. Rowe, de modo tal que el discurso novelesco de Todas las sangres es un discurso sobre otros discursos, donde nos encontramos con la naturaleza universitaria y universalista (antes que global y estandarizada) de la novela. Este sería el discurso del sujeto migrante, del que habla Cornejo Polar, de quien dice es capaz de desplazarse de un discurso a otro, de una racionalidad a otra, que se forma en una experiencia de descenso en los infiernos de la producción de desecho que hace posible la ambición y que da lugar a las barriadas. Se descubre que Todas las sangres, de acuerdo a este sesgo puede aparecer como una novela de aprendizaje de la pureza, que desarrollan tres personajes: Bruno Aragón, que pasa por el infierno de la lujuria desenfrenada, Fermín, el de la excesiva concupiscencia monetaria, y Rendón Wilka, que padece el infierno del desecho y la basura que produce la ambición capitalista. .
[1] En este análisis nos apoyamos en la semiótica del discurso desarrollada por Jacques Fontanille. Cf. Fontanille, Jacques. Semiótica del discurso. Lima, Universidad de Lima / Fondo de Cultura Económica, 2001.
[2] Sobre la estratificación que se representa en la novela, Melisa Moore ha hecho una magnífica descripción y sistematización. Cf. Moore, Melisa. En la encrucijada: las ciencias sociales y la novela en el Perú. Lecturas paralelas de Todas las sangres. Lima. Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2003.
[3] Desarrollamos esta interpretación a partir del siguiente fragmento: “La solitaria calandria voló del pisonay; la luz del nevado sonreía en sus plumas amarillas y negras que aleteaban en el aire. Cubrió el patio, todos los cielos, con su canto en que lloraban las más pequeñas flores y el torrente del río, el gran precipicio que se elevaba en la otra banda, atento a todos los ruidos y voces de la tierra. Pero su vuelo, lento, ante los ojos intranquilos del gran señor a quien le interrogaba un indio, iluminó a la multitud. Ni el agua de los manantiales cristalinos, ni el lucero del amanecer que alcanza con su cruz el corazón de la gente, consuela tanto, ahonda la armonía en el ser conturbado o atento del hombre. La calandria vuela y canta no en el pisonay sino en el pecho ensangrentado de Carhuamayo, acariciándolo: en la frente insondable del patrón que repentinamente se estremece, en los ojos de los colonos que miran a don Nemesio con serenidad firme y triste. Se ha ido la calandria”.
[4] Una excelente aproximación al universo simbólico puede ser encontrada en Rowe, William. Mito e ideología en la obra de José María Arguedas. Lima, INC, 1979. Muchos de los análisis presentados son aún insuperables. También puede encontrarse análisis del mismo valor sobre el universo simbólico andino en Lienhard, Martin. Cultura popular andina y forma novelesca. Zorros y danzantes en la última novela de Arguedas. Lima, Tarea / Latinoamericana Editores, 1981, libro también insuperado en muchos aspectos. Asimismo puede consultarse el libro de Melisa Moore antes citado.
[5] Dicho sea de paso, en Todas las sangres las máquinas que en una primera impresión son presencias desconcertantes y amenazadoras, son luego integradas al lado de los seres de la naturaleza, sin nunca alcanzar las posiciones más privilegiadas y sagradas. De todas formas, las máquinas se naturalizan, se integran en la cadena de reflejos y ecos con que se conectan las presencias.
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