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Amor y muerte, generosidad y honestidad en Arguedas
Carmen María Pinilla

Amor y muerte,
generosidad y honestidad
en Arguedas

Carmen María Pinilla
 
 
Queremos empezar por destacar dos cualidades de Arguedas: la generosidad y la honradez, ambas directamente relacionadas a su conocimiento del mundo humano y social, y, asimismo, a la forma como experimentó el amor y la muerte.
Según los teóricos del conocimiento hermenéutico o comprensivo, la efectividad de esta herramienta epistemológica está vinculada a un “alma ágil”, que supone, según Dilthey, el constante esfuerzo de salir de sí mismo, transportarse a psiquismos extraños e imaginar el mundo desde esas diferentes perspectivas. Exige, además, otros requisitos elementales: una actitud de apertura e interés por el otro y honestidad consigo mismo para descifrar las propias motivaciones y aprender así de la experiencia personal. Precisamente, es a través de la práctica de estas condiciones que, para Arguedas, podía conseguirse lo que llamaba “juzgar con lucidez”, es decir con desinterés[1].
Dilthey, a quien Arguedas leyó y citó, consideraba que el desinterés era la cualidad necesaria para comprender genuinamente el mundo social. Lo consideraba además asociado a la conciencia de la finitud. “Desinteresado quiere decir impersonal. Cristo en la cruz tiene conciencia de que la muerte está contenida en la misión que le viene; actúa impersonalmente”[2].
Gadamer definió la hermenéutica como la capacidad de escuchar a otra persona pensando siempre que esta podría tener la razón[3].
Consideramos que la generosidad y la honradez aparecen en Arguedas vinculadas a dos temas centrales en su vida: el amor y la muerte. Reflexionar sobre el conocimiento, el amor y la muerte en Arguedas nos permitiría entender aspectos fundamentales de su persona y de su obra.
Para este propósito, nos apoyamos en información reciente acerca de las influencias que Arguedas recibió en sus años de formación. Estas provienen tanto de las lecturas de las novelas de Víctor Hugo como de los preceptos inculcados por el padre Armando Bonifaz, director del Colegio Miguel Grau, de Abancay, donde el escritor estudió —interno— el cuarto y quinto de primaria.
El padre Bonifaz —representado luego como el padre Linares en Los ríos profundos— fue un personaje central en el Colegio Miguel Grau y, en general, en todo Abancay. Después será también director del Colegio La Merced, de Lima, donde Arguedas estudió los dos últimos años de secundaria.
Huellas de las influencias del padre Bonifaz en Arguedas son perceptibles en los artículos que publica en 1928[4], pero también en muchas de las actitudes que asumió a lo largo de su vida. Actitudes relacionadas precisamente con el amor y la muerte.
Podemos rastrearlas en las cartas de Arguedas a su psicoterapista chilena Lola Hoffmann, hacia el final de su vida[5].
 
MUERTE Y CONOCIMIENTO
Veremos primero las actitudes de Arguedas con respecto a la muerte y al conocimiento del mundo social para luego ver aquellas sobre el amor.
Es sabido que desde temprana edad Arguedas vivió de cerca experiencias de muerte debido a la pérdida de su madre cuando tenía dos años. A este hecho siguen experiencias de abandono cuando vive en un ambiente, según sus palabras, “hostil y ajeno”, al punto que deseó firmemente morir a los seis años[6].
De esta época datan precisamente sus primeras angustias y el recuerdo de que, en tales situaciones, su padre debía sacarlo al patio. Solo contemplando el cielo en su compañía podía calmarse y apartar el pánico a la muerte[7].
Algunos psicoanalistas como Saúl Peña y Luis Herrera han explicado las angustias de muerte de Arguedas aludiendo a la falta del duelo necesario luego de la desaparición de su madre[8] y a la ausencia adicional de experiencias adecuadas de restitución. Caben, naturalmente, otras explicaciones ante las recurrentes angustias en Arguedas desde la psiquiatría o desde las ciencias sociales, incluso desde la filosofía, destacando por ejemplo la capacidad de Arguedas para plantearse a temprana edad, y a lo largo de su vida, las preguntas más esenciales del ser humano en tanto ser para la muerte.
Tomando en cuenta solo algunos aspectos de todas estas interpretaciones, nos interesa destacar ahora que esa conciencia de la muerte tan presente en Arguedas determinó una actitud especial frente a sí mismo y frente a los demás. Consideramos que la auténtica conciencia de la muerte significa de alguna manera asumir el carácter provisorio de todo lo concerniente al ser humano y advertir la temporalidad y el carácter insondable de cualquier experiencia[9]. La persona que vive al pendiente de estas realidades, si bien padece angustias y sufrimientos ante la contingencia de la existencia, adquiere un sentido de las cosas y de los hombres más alejado de estereotipos, prejuicios y dogmatismos, detrás de los cuales existen seguridades, certezas.
Dilthey consideraba que meditar sobre la existencia humana llenaba al hombre de un sentimiento de fragilidad ante la finitud de todo lo viviente. El hombre que realiza esta experiencia toma conciencia de la temporalidad, intuye el carácter ambivalente y contradictorio de todo fenómeno humano.
Consideramos nosotros que estas actitudes relacionadas a  una conciencia de la finitud, fueron alimentadas, a lo largo de la formación de Arguedas, por las lecturas de Víctor Hugo[10] y por la prédica de maestros como el padre Bonifaz; potenciadas, además, por otras cualidades que Arguedas poseía para la comprensión del mundo social.[11]
En la novela Los miserables, que Arguedas leyó a los 14 años —memorizando páginas que cita en sus primeros artículos[12]—, se puede apreciar, por ejemplo, y de manera clara, la ponderación de todas aquellas actitudes que facilitan el conocimiento comprensivo: es decir honestidad para el procesamiento de las vivencias, y generosidad para salir de sí mismo; detrás de todo se destaca por doquier la insondabilidad de lo humano[13].
Algunos estudiosos de Víctor Hugo coinciden en señalar que en Los miserables el autor intentó demostrar que no puede existir nada preestablecido en lo referente a lo humano, ni determinación alguna, excepto la muerte. Otra de las intenciones del escritor francés habría sido hacer ver que en la práctica del diálogo consigo mismos, los hombres son capaces de cuestionar las apariencias y calar hondo en el alma ajena. Detrás de la rotunda crítica al sistema legal se encuentra la idea de que juzgar la conducta humana es siempre una empresa sumamente riesgosa y que las leyes tienden a olvidar la singularidad de la acción humana; por tal motivo son cuestionables. Ellas olvidan, por ejemplo, que el hombre malo es capaz de hacer el bien, del mismo modo que el bueno puede convertirse en un canalla[14].
En otra novela de Víctor Hugo que Arguedas también leyó y citó, Los trabajadores del mar, se destaca asimismo que la soledad facilita el diálogo interior y que este, practicado con honestidad, permite grandes aciertos en el conocimiento de los otros[15]. La soledad y el diálogo interior convierten al protagonista —Gilliart— en un visionario que descubre los misterios del alma humana, y de la naturaleza, capaz de ver lo posible.

AMOR Y MUERTE

Preguntémonos ahora qué elementos comunes encontramos sobre el amor, el heroísmo y la muerte en las novelas de Hugo, en el pensamiento del padre Bonifaz y en Arguedas, y qué huellas de estos elementos encontramos en las cartas de Arguedas a Lola Hoffmann.

Una amiga y cercana colaboradora de Arguedas nos confió que al escritor le gustaba hablar con ella sobre los personajes de las novelas de Hugo, pues se identificaba con algunos[16]; lamentaba que para varios de sus colegas el romanticismo de este autor estuviera pasado de moda[17].
Y es que el amor de carácter netamente romántico —en la tipología sobre el amor de Anthony Giddens, por ejemplo[18]— fue vivido desde muy joven por Arguedas y este poderoso sentimiento aparece en la base de sus proyectos, cargándolo de esperanza y entusiasmo. Pero lo encontramos también —cuando es infructuoso— en la raíz de sus padecimientos.
Sabemos que cuando tenía 14 años y es rechazado por la adolescente que lo cautiva, Arguedas se enferma con fiebres y taquicardia, al punto que su padre debe ir a Ica para cuidarlo y llevarlo al médico, además de cambiarlo de colegio y de ambiente al año siguiente[19].
En las dos novelas de Víctor Hugo que por esta misma época impresionaron a Arguedas se aprecia un concepto de amor romántico asociado a la muerte. También, antes que en Hugo, se observa esta idea del amor en el poema que Arguedas, según su testimonio, leyó por primera vez en su vida. Cuando tenía diez años encontró en un almanaque de Bristol el soneto “Al amor” de Gonzáles Prada, que dice así:
 
Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
La desconfianza, el torcedor quebranto,
Las turbias noches de febril desvelo?
Si eres un mal en el terrible suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
Las esperanzas, el glorioso encanto,
Las visiones de paz y de consuelo?
Si eres nieve ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres la sombra ¿por qué la luz derramas?
¿Por qué la sombra si eres luz querida?
Si eres la vida ¿por qué me das la muerte?
Si eres la muerte ¿por qué me das la vida?[20]
 
En Los miserables, en la larga carta de Mario a Cosette que Arguedas memorizó, Mario es descrito en términos de muerte. El amor lo ha transfigurado. Asociar el amor a la muerte confiere profundidad al amor: “Los que padecéis porque amáis, amad más aún. Morir de amor es vivir”, sentencia el autor[21].
En estas novelas el amor aparece como un sentimiento superior que eleva al hombre y lo impulsa al desprendimiento, al sacrificio, a la lucha y al heroísmo:
“Corazones profundos, niños ilustrados, tomad la vida como Dios la ha hecho; la vida es una larga prueba, una preparación ininteligible para un destino desconocido. Este destino, el verdadero, principia para el hombre en lo interior del primer escalón de lo interior de la tumba. Entonces se le aparece algo, y principia a distinguir lo decisivo. Lo decisivo, pensad en esta palabra. Los vivos ven lo infinito; lo definitivo no se deja ver más que de los muertos. Mientras tanto, amad y padeced, esperad y contemplad… Desgraciado el que no haya amado más que cuerpos, formas, apariencias ¡La muerte se lo arrebatará todo! Amad a las almas y las volveréis a encontrar.”[22]
En Los trabajadores del mar, el protagonista realiza hazañas extraordinarias solo pensando en su amada Deruchette. A pesar de las mismas, ella se decide por un joven más culto y de mejor posición social. Ante la frustración de su más grande ideal, ante “la pesadumbre del sueño no realizado” Gilliart se suicida sumergiéndose en el océano pues, según Hugo, “el soñador es más fuerte que el sueño”[23]. Opta por una salida heroica ante la imposibilidad del amor[24].
Otro rasgo saltante en esta concepción del amor es su espiritualización o divinización, el énfasis en la pureza y en la inocencia como características necesarias en la pareja, especialmente en la mujer.
Ya podemos imaginar que todos estos conceptos sobre el amor, la vida, la muerte, el diálogo interior, armonizaban perfectamente con los preceptos cristianos que inculcaba el padre Bonifaz a sus alumnos del Colegio de Abancay.
A través de los textos y sermones encontrados recientemente en el archivo mercedario de Arequipa sabemos que este religioso estuvo muy influenciado por el pensamiento de San Agustín, a quien cita constantemente, y que poseía una vasta cultura humanista[25]. No solo considera que el amor, en general, el corazón y los sentimientos son las vías más adecuadas y directas para alcanzar la fe y relacionarse con Dios sino que el sufrimiento y la soledad son igualmente necesarios en este afán.
El amor y el corazón —movidos por la generosidad que de ellos se desprende— llevan al hombre a realizar las más grandes hazañas. El heroísmo y la santidad son dos temas centrales en este predicador que alcanzó fama de ser uno de los mejores de su tiempo.
El padre Bonifaz descendía de una familia de héroes y patriotas que lucharon en Ayacucho, luego en el combate del 2 de mayo y finalmente en la Guerra del Pacífico. A sus alumnos de Abancay les inculcaba por eso fervor a Dios y a la patria.
A menudo hablaba de la “pavorosa” muerte, una realidad que la mayoría de los hombres trata de evadir sumergiéndose en la vida mundana. Pero una realidad que el cristiano debe tener muy presente para recurrir a Dios y refugiarse en la fe.
Consideramos que todos estos elementos relacionados al amor, a la muerte y a la vida, también al diálogo interior y al conocimiento de los hombres, estuvieron presentes en Arguedas. Las novelas que leyó influyeron en su conducta robusteciendo determinadas cualidades para la comprensión, de la misma forma que definieron sus concepciones sobre el amor y la relación amorosa.

CONOCIMIENTO, AMOR Y MUERTE EN LAS CARTAS DE ARGUEDAS A LOLA HOFFMANN

Es necesario decir antes algunas palabras sobre esta psicoterapista y sobre la relación que establece con Arguedas[26].
Comenzó a tratar a Arguedas, cuando, casi cumplidos los 50 años, acababa de jubilarse y dar un cambio sustancial a su vida. Luego de 25 años de trabajo como terapista, al lado de su esposo, abandona su antigua profesión y vuelve a estudiar, para devenir psiquiatra. Se independiza y rompe con ciertos lazos de su vida afectiva anterior[27].
El testimonio de varios pacientes suyos y algunos de sus escritos, ya publicados, nos permiten reconstruir algunos rasgos de su pensamiento.
A pesar de conocer bien los principios del psicoanálisis freudiano —pues hizo sus prácticas psicoterapéuticas al lado de Ignacio Matte, discípulo de Melanie Klein—, Lola prefirió los lineamientos de Carl Jung[28]. Consideraba que el inconsciente es sabio pues nos guía en el camino hacia la autorrealización, la plenitud y la felicidad. Siguiendo a Jung consideraba que la neurosis es un camino hacia el cambio, hacia el crecimiento o transformación de la persona; que todo este proceso implica necesariamente sufrimiento personal. Se interesaba especialmente por aquellos pacientes cuya desadaptación social permitía reconocer una fuerza de individuación en acción, lo cual posibilita el conocimiento del sí mismo. Este conocimiento, base de una personalidad independiente, es también, según Lola, “el mejor servicio al bien común”, ya que el individuo totalmente desarrollado ocupa el lugar de la divinidad[29].
Consideraba que los síntomas de una neurosis no son solamente efectos de traumas ocurridos en la lejana infancia sino que representan esfuerzos de la psiqué para realizar una nueva síntesis de la vida[30].
Como Jung, pensaba que toda neurosis tiene su meta: compensar el lado de la personalidad descuidado y reprimido. Aconsejaba por eso el análisis diario de los sueños, incluso su dibujo, pues ellos revelan los elementos inconscientes que una vez reconocidos y adecuadamente manejados pierden su carácter mortificante y perseguidor[31].
Consideraba que existen ciertos conceptos patógenos relacionados con la pareja altamente destructivos. Una religiosidad demasiado patriarcal, demasiado castigadora o una educación equivocada socavan las posibilidades de una relación armónica con la pareja.
Lola Hoffmann era una mujer que había luchado por alcanzar independencia y libertad. Defendía un concepto del amor, de la mujer, de la vida y de la muerte bastante diferentes a los ilustrados anteriormente, ligados, como vimos, al romanticismo.
En uno de sus escritos decía, por ejemplo, que no veía una pronta solución al problema de la pareja humana pues, siguiendo a su amigo Tótila Albert, consideraba que en el compuesto masculino y femenino que poseen todos los seres humanos, el elemento femenino había sido atrofiado por razones histórico-culturales. Su nivelación era una tarea ardua, de largo alcance[32].
Defendía el amor independiente y libre; ello significaba un esfuerzo continuo por romper ataduras con el ser amado y aprender a tolerar, y aun desear, la soledad. La vida en pareja —decía— es solo posible de soledad a soledad, de integridad a integridad.[33]
Aconsejaba a sus pacientes vivir plenamente el amor, aun si ello les generaba sufrimiento[34] y no era partidaria de las relaciones de pareja exclusivas y excluyentes[35].
Era una enérgica detractora de la autocompasión relacionada a los celos. En una oportunidad llegó a echar de la consulta a un paciente que no aceptaba la libertad en la relación de pareja[36].
Tuvimos la suerte de entrevistar a Lola Hoffmann en 1988, meses antes de su muerte. Perfectamente lúcida, aunque postrada ya en una cama, nos refirió, casi desde el inicio, que uno de los grandes impedimentos para la felicidad de Arguedas fue un erróneo concepto del amor enraizado en sus primeros años y que, según ella, provenía de una asimilación exagerada de la dogmática cristiana. Consideraba que luchar contra estos conceptos significó una empresa sumamente difícil.
Nos refirió asimismo que desde que conoció a Arguedas se estableció entre ambos una excelente conexión. Cree que el gesto que tuvo con él en el primer contacto, de negarse rotundamente a recibir pago alguno por la terapia, contribuyó a la buena disposición de su paciente, generándose un clima de especial confianza[37].
Nos refirió también que Arguedas tenía una imagen de la mujer demasiado idealizada; la concebía como un ser angelical en quien ponderaba una pureza virginal alejada de lo real.
Es necesario ahora analizar las cartas que Arguedas escribe a Lola entre 1962 y 1969, y extraer del supuesto diálogo médico-paciente los elementos relacionados al amor, el conocimiento y la muerte.
Lo primero que salta a la vista de este conjunto de cartas es la existencia de dos etapas claramente diferenciadas en la relación terapéutica.
La primera etapa, de iniciación, gira en torno al año de 1962 y, según Arguedas, fue totalmente exitosa. Le dice que le ha devuelto la vida y la energía para terminar con todos sus proyectos literarios y antropológicos.
La segunda etapa abarca entre 1965 hasta poco antes de su muerte. Las cartas de esta etapa denotan que la terapia no dio los resultados esperados por Arguedas, quien comienza, incluso, a desconfiar de sus posibilidades de recuperación.
¿Qué elementos encontramos en las mismas cartas que expliquen resultados tan diferentes?
¿Qué constantes o qué cambios se operan en las circunstancias vitales que acompañan a estas dos etapas?
1. Consideramos que si bien en la primera etapa Arguedas aceptó los principios teóricos y las interpretaciones que Lola ofrecía a su vida y sus dolencias, lo más importante fue, en realidad, la relación misma que entabla con ella. Sentir el afecto desinteresado, generoso que Lola le mostró y la entrega total a su labor terapéutica.
Varios pacientes de Lola coinciden en señalar que entrar a su consulta y sentarse frente a ella bastaba para sentir que solo uno existía en el mundo[38]. Este sentimiento hará que muy pronto Arguedas comience a llamarla madre[39]. En realidad, Lola entendía y aprobaba que en la relación médico-paciente se involucrasen elementos irracionales, afectivos, a los que daba suma importancia, pues son decisivos en el proceso de mutua transformación. En este tipo de terapia la personalidad estable y fuerte es la decisiva[40].
2. Tales sentimientos de cuidado y especialmente de protección se dan paralelamente al interés amoroso que acaba de despertar en una dama chilena llamada Beatriz con la que vive un romance casi platónico. Se trata, como en la mayoría de casos que eso ocurre en su vida, de un amor que Arguedas describe con las características románticas y caballerescas de aquellas novelas leídas en su juventud. Beatriz es una mujer que, además, emplea la terminología e imágenes del amor romántico, ponderando su espiritualidad y eternidad[41]. Le escribe Arguedas, por ejemplo:
“Acumulas ternura y como no tienes alguien próximo en quien depositar ese dulce calor termina por sofocarte y desde ese momento no ves claro...”. Y luego: “Sé que nuestro  amor será eterno —extraña pretensión ya que en este mundo todo es perecedero— pero a pesar de todo lo creo”[42].
 
 
Esta experiencia con Beatriz, según Arguedas, le devuelve el apego a la vida y el impulso para terminar sus empresas intelectuales.
“Los últimos días que pasé en Santiago constituyeron los más felices de cuantos he vivido, no sólo porque me fue permitido encontrar lo que juzgué que se me había negado; el mayor bien que le es posible, según me parece, alcanzar al hombre: el amor; sino porque él me permitió sentir que de veras se producía en mí la resurrección de las fuerzas que me habían hecho posible no sólo enfrentar la vida sino enfrentarla triunfalmente. De este modo toda la teoría tan inspiradamente expuesta por usted, el análisis de mis desajustes, tan profundo, y el pronóstico de que podía volver a la vida y cómo podía hacerlo, se empezaron a cumplir, diría que luminosamente”[43].
Similares consecuencias en su ánimo significó el romance que vivió con Vilma Ponce Martínez entre 1955 y 1957. Ese amor, según sus palabras, le da el impulso para finalizar Los ríos profundos[44]. El enamoramiento, así entendido, es un sentimiento capaz —mientras dura— de suspender la angustia ante la muerte y devolverlo a la superficialidad de la existencia cotidiana. Arguedas se ilusiona nuevamente con proyectos a corto y mediano plazo, que en momentos de angustia pierden significación.
3. En la segunda etapa, Arguedas ha terminado definitivamente el vínculo con su esposa y evalúa la decisión de unirse a una mujer mucho más joven, con una forma de pensar y vivir el amor muy diferente a la suya, forma que, sin embargo, le atrae poderosamente porque estima como más racional, evolucionada y moderna.
El amor que ha despertado en ella lo anima a dar el paso; también los consejos de Lola, que tienden a mostrar la conveniencia de asumir comportamientos maduros aunque riesgosos.
Y vemos entonces a lo largo de esta etapa la lucha en él entre una idea del amor que marcó sus relaciones anteriores y un modelo de amor más confluente, racional, basado fundamentalmente en la independencia, en el respeto a los propios proyectos y en la complicidad para realizarlos. Observamos poco a poco que este modelo violenta sus concepciones del amor romántico y advierte —con suma honradez— que le produce infelicidad. Por eso le escribe a Lola:
 “Teóricamente estoy de acuerdo en esta vida paralela; en la práctica me anula. No es que anhele una mamá o una aya o sirvienta...”[45].
Hacia el final de esta etapa Arguedas manifiesta directamente a Lola que la terapia no progresa, que los ejercicios de relajación no le hacen mayor efecto, que no cree incluso en sus interpretaciones y que sus teorías son solo aceptables racionalmente pero que, en su caso, no funcionan.
Y es que los argumentos racionales, las interpretaciones teóricas, dada su ineficacia, se convierten para él en “juego de palabras” que no tienen efectos en lo profundo de su vida afectiva, que es la que lo gobierna.
“Este juego entre mi convicción de que ella es una joven tan libre de temores de toda especie y yo que soy un encadenado a todos los temores, este juego no concluye en la liberación para mí, como esperaba y espera aún Sybila; ha desembocado en una agudización final de la constante tensión en que he vivido”[46].
4. Otro elemento que en esta segunda etapa difiere de la anterior es el menor interés que Arguedas siente le prodiga Lola. Le dice en las cartas que la encuentra cansada, que teme haberla aburrido. A diferencia de lo que sucedía anteriormente, cuando lo recibía “casi diariamente”, ahora le ruega que lo reciba una vez cada quince días:
“¡Me voy allá! Me bastará con que usted me reciba una vez cada quince días para hablar con esa especie de distancia que escomo la que hay entre el sol y las criaturas que reciben su calor; la más próxima, la más respetuosa, la que prontamente hace brotar las semillas”[47].
Algo de esta apreciación de Arguedas debió tener fundamento real pues precisamente a partir de 1966 Lola atraviesa por una muy difícil situación personal: está a punto de quedarse ciega. De hecho pierde un ojo y deben colocarle una prótesis, lo cual la deja muy abatida. Luego en 1967 muere su compañero sentimental[48].
5. Un último elemento propio de esta etapa es que ahora Arguedas está dedicado a la terminación de El zorro de arriba y el zorro de abajo. Chimbote, el escenario que siente debe conocer para ambientar adecuadamente la novela, es muy diferente a los escenarios que evoca Todas las sangres, novela que intentaba terminar en la etapa anterior. Considera él mismo —y así lo escribe— que cumplir ahora con las exigencias autoimpuestas y terminar Los zorros, equivale a una hazaña heroica que lo hará merecedor, entre otras cosas, del amor de la amada, más aun, de la vida.
Pero, precisamente, debido a su forma de entender el conocimiento, acabarla lo obliga a sumergirse en lo más profundo del drama de sus protagonistas, acompañarlos en sus dolores y esperanzas.
Sabe perfectamente que esta empresa aumentará sus sufrimientos. No se protege recurriendo al distanciamiento, ni siquiera se contenta con seguir investigando esa realidad desde el lugar en donde normalmente se alojaba en Chimbote: la casa de su sobrina Vilma Arguedas, donde está acompañado, protegido de alguna manera contra el brutal dolor de afuera. Por el contrario, destaca ante Lola —casi como una hazaña— su decisión de mudarse a un modesto albergue en el meollo del hervidero social que es el barrio de San Pedro.
En sus condiciones emocionales, la conciencia de la muerte aparece detrás de casi todas sus experiencias, aun cuando cree estar lejos de ella. Dos meses antes de su suicidio, estando en Yauyos en un viaje aparentemente placentero son Sybila, así por lo menos se lo describe a Lola Hoffmann, le dice de pronto que el paisaje y, especialmente la gente, le recuerdan a su “padre muerto”. Le invade entonces tal desasosiego que deja abruptamente Yauyos y decide “volver inmediatamente a Santiago”[49].
Consideramos, y aquí concluimos, que en Arguedas la honradez para conocer y la generosidad para volcarse hacia el otro, son cualidades que aparecen unidas a un sentimiento de amor entendido dentro del marco del romanticismo asociado a la muerte y al heroísmo, y que estos factores estuvieron potenciados por una acosadora y genuina conciencia de la finitud. Todo lo anterior constituyeron elementos presentes en la “hazaña” de terminar la novela y en la decisión de poner fin a su vida.


[1] “En los relatos que he escrito describo al gamonal no como una bestia, como un instrumento cruel, sino como un ser humano, que tiene defectos y tiene virtudes, lo mismo que el indio. Esta posibilidad de juzgar con lucidez, sí ya es una obra, diríamos, de trabajo propio…”. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo. “La sustancia de la vida y la obra literaria”. Recopilación de textos sobre Arguedas. La Habana, Centro de Investigaciones Literarias. 1976, p. 172.
[2] Dilthey, Wilhem. Psicología y teoría del conocimiento. México, Fondo de Cultura Económica, 1951; p. 365.
[3] Grondin, Jean. Hans-Georg Gadamer. Una biografía. Barcelona, Editorial Herder, 1999, p. 332. Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método. Salamanca, Sígueme, 1991.
[4]Para mayor información sobre los primeros artículos y las experiencias de Arguedas durante sus estudios en el Colegio Santa Isabel de Huancayo, ver: “Huancayo y las primeras publicaciones de Arguedas”, primer capítulo de: Pinilla, Carmen María (et al). Arguedas en el valle del Mantaro, Lima, Fondo Editorial PUCP, 2004. Para conocer el pensamiento e influencias del padre Bonifaz sobre Arguedas ver: Pinilla, Carmen María. Los colegios mercedarios en la educación de José María Arguedas, Lima PUCP- Colegio La Merced, 2004.
[5] Murra, John y López-Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Lima PUCP, 1996.
[6] Arguedas, José María. “Testimonio. Perú Vivo”. Y en disco compacto “Arguedas canta y habla”. Lima, Escuela Nacional de Folklore José María Arguedas, 2001.
[7] Carta de Arguedas a su hermano Arístides, del 31 de enero de 1944. En: Pinilla, Carmen María. Arguedas en familia. Cartas de José María Arguedas a Arístides y Nelly Arguedas, a Rosa Pozo Navarro y a Yolanda López Pozo. Lima, PUCP, 1999, p. 172.
[8] Herrera, Luis. “Reflexiones sobre lo individual y lo colectivo: el conflicto en Arguedas”. En: Proceso de formación. De la multiplicidad a la integración. Lima, Biblioteca Peruana de Psicoanálisis, 1992, pp. 75 y 76. Peña, Saúl. “Arguedas y Germán Garrido Klinge”, Lima 6 de enero del 2004 (inédito), Colección Arguedas PUCP.
[9] Esta parte está basada fundamentalmente en lecturas de Heidegger y Gadamer así como en los textos de Cecilia Monteagudo sobre Dilthey y sobre la muerte y la historicidad.  Monteagudo, Cecilia. “El concepto de la vida en la filosofía de Dilthey”. Tesis (br), Lima, PUCP, Facultad de Letras y Ciencias Humanas, 1986. La muerte y la filosofía. Temporalidad de la vida. Lima, Boletín del Instituto Riva Agüero N° 23, 1996. Heidegger, Martín. ¿Qué es metafísica? Buenos Aires, Siglo Veinte, 1970. El ser y el tiempo. México, FCE, 1980. Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método. Op. Cit. Palmer, Richard E. ¿Qué es la hermenéutica? Madrid, Arco Libros, 2002.
[10] “Cuando yo estuve en tercer año de media escribí una novela como de seiscientas páginas. Es una novela que me la quitó la policía. Lo que ocurrió fue que cuando estuve en Ica estuve muy prendado de una chica que era pariente de la señora en cuya casa estábamos de pensionistas y me rehusó por serrano. Entonces yo estaba todo inspirado por Los trabajadores del mar, en que el personaje principal protege a la persona de quien él está enamorado. Luego en Huancayo me puse a escribir una novela sobre esta dama. Escribía mucho y entonces yo tenía la evidencia de que estaba mal de los pulmones y como pensaba que me iba a morir, quería terminar esto antes de morir. Escribía en el campo y llegué a terminar esta novela. La amarré y la llevaba por todas partes…”. Castro Klaren, Sara. “Entrevista a José María Arguedas”. 1966. En La República. Lima, 23 noviembre de 1983.
[11] Ver Pinilla, Carmen María, Arguedas. Conocimiento y vida, Lima, PUCP, 1994. Y: “Arguedas y el conocimiento comprensivo” en: Martínez, Maruja [et. al.] Amor y Fuego. José María  Arguedas 25 años después. Lima, Sur, Desco, Cepes, 1995, pp. 109-232.
[12] Entrevista a Arístides Arguedas. Lima, 2 de marzo de 1991. Durante la misma nos recitó de memoria largos parlamentos asegurándonos que la capacidad suya era muy moderada frente a la de su hermano José María.
[13] Hugo, Víctor. Los miserables. Edición y notas de José Luis Gálvez. Introducción de Alain Verjat. Barcelona, Planeta, 1989. Hemos consultado también los siguientes estudios críticos sobre este autor: Villiers, Charles. L´Univers métaphysique de Victor Hugo. Paris, Librairie Philosophique J. Vrin, 1970. Kahn, Jean-Francois. Victor Hugo un révolutionnaire, suivi de L´extraordinaire metamorphose, Paris, Faijard, 2001. Y: Moutet, Muriel. “Concentration et dissolution du moi dans Moby Dick et Les travailleurs de la mer”. En: Peyrache-Leborne, Dominique et Jumelais, Yann. Victor Hugo ou les frontieres effacées. Nantes, Editions Pleins Feux, s/f. 
[14] Verjat, Alain (Introducción). Los Miserables. Op. cit., p. XXVII.
[15] Hugo, Víctor. Les travailleurs de la mer. Introducción de Marc Eigeldinger, Paris, Garner-Flammarion, 1980. 
[16] Pudimos entrevistar a dos amigas de Arguedas quienes nos refirieron que comentaban juntos otras novelas como El hombre que ríe. Entrevista a Beatriz Wendorf, Lima 17 de febrero de 1993. Temístocles Bejarano nos contó que casi encarna el Hernani, de este autor. Entrevista a Temístocles Bejarano. Lima, julio de 1988 y agosto de 1989.
[17] Entrevista a Luis Felipe Alarco. Lima, 28 de mayo de 1991.
[18] Giddens, Anthony. La transformación de la intimidad: sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Madrid. Cátedra, 1995. Ver, para el caso peruano, de Kogan, Liuba “El amor y la reestructuración de la intimidad” en Kogan, Liuba [et al]. El amor y sus especies. Lima,  PUCP. Facultad de Ciencias Sociales, 1995.  
[19] Ver el diario de Arístides y la relación de datos al respecto en Pinilla, Carmen María (editora) Arguedas en familia. Cartas de José María Arguedas a Arístides y Nelly Arguedas, a Rosa Pozo Navarro y a Yolanda López Pozo. Op.cit., pp. 107-109 y 114.
[20] González Prada, Manuel, Minúsculas. Lima s/n, 1901, p. 26.
[21] Hugo, Víctor. Los miserables. Op. cit., p. 875
[22] Ibid., p. 872.
[23] Hugo, Víctor. Les travailleurs de la mer. Op. cit., p. 596.
[24] “Un héroe es un hombre que tiene espíritu”, concluye el autor. Ibid, p. 559.
[25] Pinilla, Carmen María. Los colegios mercedarios en la educación de José María Arguedas. Op. Cit., pp. 34-104.
[26] Nos basamos principalmente en una entrevista que le hicimos a ella: Santiago de Chile, 7 de febrero de 1988; y en otra entrevista a su hija Adriana Hoffmann: Santiago de Chile, 2 de agosto 2003. Sobre el pensamiento de Lola Hoffmann y sus escritos hemos consultado las siguientes obras: Vergara, Delia. Encuentro con Lola Hoffmann. Santiago de Chile, Editorial La Puerta Abierta, 1988. (Es una recopilación de testimonios de sus pacientes). Sierra, Malú. Sueños. Un camino al despertar. Dra. Lola Hoffmann. Santiago de Chile, Editorial La Puerta Abierta, 1988. Calderón, Eleonora. Mi abuela Lola Hoffmann. Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1997.
[27] Vergara, Delia. Encuentro con, op. cit., pp. 12 y 16. Y Calderón, Eleonora. Mi abuela..., op. cit., pp. 63-64.
[28] Calderón, Eleonora. Mi abuela..., op. cit., p. 77.
[29] Texto de Lola Hoffmann: “Orientaciones psicoterapéuticas basadas en Carl Gustav Jung. 1964”. En: Vergara, Delia. Encuentro con... Op. cit., p. 179. También en otro texto de Lola en base a una grabación antes de su muerte: “Proceso de individuación”. En: Calderón, Eleonora. Mi abuela... Op. cit., pp. 196-197.
[30] Texto de Lola Hoffmann: “Orientaciones psicoterapéuticas basadas en Carl Gustav Jung. 1964”. En: Vergara, Delia. Encuentro con... Op. cit., pp. 170-171. Y testimonio del psicólogo Gonzalo Pérez, en la misma obra, pp. 40-41.
[31] Testimonio del sacerdote Juan de Castro. En: Vergara, Delia. Encuentro con... Op. cit., p. 103.
[32] Sierra, Malú. Sueños... Op. cit., p. 137.
[33] Dice Delia Vergara: “Su fuerte insistencia en que solo se podía tener una buena pareja desde la soledad y la independencia, le ganó muchos enemigos. Tenía fama de ‘separadora’. Ella había experimentado la plenitud amorosa después de separarse de su marido. Cuando se estableció como una persona independiente”. En: Encuentro... Op. cit., p. 16.
[34] Loc. cit., p. 45.
[35] Testimonio de la escritora Ximena Sepúlveda. En: Vergara, Delia. Encuentro con… Op. cit., p. 135.
[36] “Ella me trataba terriblemente mal, me ofendía, cuando yo venía a contarle dramas de mis celos. Una vez incluso, me echó. Una vez que yo tomé una hora cuando ya no estaba en terapia con ella, un día que se me cerraron todas las puertas. Fui para allá, le conté, y me dijo: -Francamente estoy aburrida de escuchar a este pobre Pedro. No tengo ganas. No te voy a escuchar más cuando vengas de pobrecito... Me sentí ridículo, pero comprendí”. Testimonio de Pedro Engel, profesor de literatura. En: Vergara, Delia. Encuentro con… Op. cit., p. 122.
[37] El 15 de agosto de 1962, Arguedas menciona este hecho en una carta a John Murra, en los siguientes términos: p. 83: “La médico chileno-austriaca que me curó, la Dra. Lola Hoffmann, es el ser humano más extraordinariamente generoso y sabio que he conocido. Me atendió casi diariamente durante cerca de 60 días y no me quiso cobrar ni un centavo. Regresé con mucho optimismo, sin angustia, sin la depresión mortal que me afligía”. En Murra, John y López Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 83.
[38] “Yo no conozco otra persona con esa capacidad de atención. Ella estaba enteramente presente, sin ninguna otra cosa. Eras tú para ella... Eso era lo más cautivador del mundo”. Testimonio de la escritora Carmen Orrego. En: Vergara, Delia. Encuentros con... Op. cit., p. 29.
[39] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 6 de enero de 1962. En: Murra, John y López -Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 68.
[40] Texto de Lola Hoffmann “Orientaciones psicoterapéuticas basadas en Carl Gustav Jung. 1964”. En: Vergara, Delia. Encuentros... Op. cit., pp. 171-172.
[41] Carta de Beatriz a José María Arguedas. Colección Arguedas, Biblioteca Central de la PUCP.
[42] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 31 de agosto de 1962 en la que copia una parte de la carta de Beatriz. En: Murra, John y López-Baralt. Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 88.
[43] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 7 de mayo de 1962. En: Murra, John y López-Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 74.
[44] Ver las cartas de Arguedas a Vilma Ponce en el segundo capítulo de Pinilla, Carmen María [et al] Arguedas y el valle del Mantaro. Op. cit.
[45] Carta de Lola Hoffmann a José María Arguedas del 16 de junio de 1969. En: Murra, John y López-Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 212.
[46] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 13 de enero de 1969. Murra, John y López-Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 192.
[47] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 19 de diciembre de 1968. En: Murra, John y López-Baralt, Mercedes. Las cartas de Arguedas. Op. cit., p. 186.
[48] Calderón, Eleonora. Mi abuela Lola Hoffmann. Op. cit., pp. 91 y 108.
[49] Carta de Arguedas a Lola Hoffmann del 27 de setiembre de 1969. En: Murra, John y López-Baralt, Mercedes. La cartas de Arguedas. Op. cit., p. 237.
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